La pista de la Base Aérea de Malvinas se hallaba totalmente a oscuras. En uno de sus extremos, el ruido de los motores de un avión estacionado, el Hércules C-130H TC-65, ahogaba las voces alteradas por la impaciencia y las exclamaciones de un grupo de hombres que trabajaban duramente.
La tripulación estaba compuesta por el Comodoro Mela, el Capitán Borchert, Capitán Daguerre, Suboficial Ayudante Carabajal, Suboficial Principal Paolone Y Cabo Principal Sosa. Estaban descargando de la bodega un enorme y pesado cañón SOFMAN de 155 mm. destinado a la artillería del Ejército Argentino.
El Hércules había llegado diez minutos antes y se aprestaba a despegar tan pronto como quedara liberado de la carga. Por eso mantenía los motores en marcha y los pilotos permanecían en sus puestos.
Una de las ruedas del cañón se había trabado y la tarea se demoraba más de lo previsto. Los hombres alistados para embarcarse en el vuelo de regreso procuraban dominar su irritación. Caminaban sin sentido y hacían rápidos movimientos con los brazos para combatir el frío que cada vez era más intenso. Algunos gritos aislados advertían sobre el peligro de las hélices en movimiento que giraban indivisibles.
De tanto en tanto, los ingleses lanzaban bengalas que iluminaban la zona. No duraban más que el tiempo de caída, pero el efecto psicológico era terrible. Todos esperaban el bombardeo en esos momentos en que se sentían alumbrados y expuestos.
Poco antes de las 20:00 hs, el radar de vigilancia Westinghouse AN/TPS-43 F ubicado en Puerto Argentino detectó una patrulla de Harriers que se acercaba desde el este a gran velocidad. De inmediato comunicaron la información al Centro de Informaciones y Control (CIC) y de allí la retransmitieron sin pérdida de tiempo al puesto de comando de la Base.
Alertaron al Comandante del C-130 y le ofrecieron la alternativa de despegar antes de cinco minutos o cortar motores, abandonar el avión y dirigirse a los refugios.
Los Harriers se aproximaban a 900 Km/h y era imposible de prever si tenían o no intención de bombardear la Base.
En la bodega de carga del Hércules, el cañón ya estaba en posición adecuada para bajarlo; el grupo de hombres que lo movían se había preparado para dirigirlo cuando lo arrastraran hacia fuera por la rampa.
En ese momento llegó la orden terminante:
La tripulación estaba compuesta por el Comodoro Mela, el Capitán Borchert, Capitán Daguerre, Suboficial Ayudante Carabajal, Suboficial Principal Paolone Y Cabo Principal Sosa. Estaban descargando de la bodega un enorme y pesado cañón SOFMAN de 155 mm. destinado a la artillería del Ejército Argentino.
El Hércules había llegado diez minutos antes y se aprestaba a despegar tan pronto como quedara liberado de la carga. Por eso mantenía los motores en marcha y los pilotos permanecían en sus puestos.
Una de las ruedas del cañón se había trabado y la tarea se demoraba más de lo previsto. Los hombres alistados para embarcarse en el vuelo de regreso procuraban dominar su irritación. Caminaban sin sentido y hacían rápidos movimientos con los brazos para combatir el frío que cada vez era más intenso. Algunos gritos aislados advertían sobre el peligro de las hélices en movimiento que giraban indivisibles.
De tanto en tanto, los ingleses lanzaban bengalas que iluminaban la zona. No duraban más que el tiempo de caída, pero el efecto psicológico era terrible. Todos esperaban el bombardeo en esos momentos en que se sentían alumbrados y expuestos.
Poco antes de las 20:00 hs, el radar de vigilancia Westinghouse AN/TPS-43 F ubicado en Puerto Argentino detectó una patrulla de Harriers que se acercaba desde el este a gran velocidad. De inmediato comunicaron la información al Centro de Informaciones y Control (CIC) y de allí la retransmitieron sin pérdida de tiempo al puesto de comando de la Base.
Alertaron al Comandante del C-130 y le ofrecieron la alternativa de despegar antes de cinco minutos o cortar motores, abandonar el avión y dirigirse a los refugios.
Los Harriers se aproximaban a 900 Km/h y era imposible de prever si tenían o no intención de bombardear la Base.
En la bodega de carga del Hércules, el cañón ya estaba en posición adecuada para bajarlo; el grupo de hombres que lo movían se había preparado para dirigirlo cuando lo arrastraran hacia fuera por la rampa.
En ese momento llegó la orden terminante:
-“¡Evacuar el avión, YA! ¡Los Harriers pueden atacar en tres minutos!”
Las cuatro turbinas del C-130 cambiaron bruscamente el régimen de marcha. El ruido intenso y penetrante que se había mantenido durante más de media hora fue cediendo paulatinamente y las hélices perdieron velocidad hasta quedar inmóviles.
Antes que sus palas se detuvieran por completo, los hombres habían corrido a los refugios, algunos construidos especialmente, otros improvisados al abrigo de zanjas o rocas que formaban desniveles.
Esperaron en tensión el ataque de los aviones ingleses. Pero los Harriers no se acercaron. Permanecieron volando en círculos a unos veinte kilómetros al norte de la Base. Al parecer, temían a la artillería antiaérea o no era su intención atacarla, sino acechar la partida del C-130 – posiblemente observado en la pista – y derribarlo después del despegue.
Cuando hubo pasado un tiempo prudencial sin que los ingleses atacaran, algunos hombres, los más “corajudos”, volvieron al C-130 y terminaron de sacar el cañón. Sin embargo, la alarma no había cesado. Los Harriers se mantenían cerca y podían caer sobre la base en cualquier momento.
El grueso de los hombres permaneció en los refugios soportando un frío glacial y los sobresaltos provocados por los repetidos lanzamientos de bengalas.
Se alcanzaban a oír desde el oeste el retumbar de los cañones ingleses. Ocupaban posiciones a unos veinte kilómetros de la Base y el reflejo de los fogonazos de sus disparos iluminaba las nubes desde abajo con una claridad rojiza e intermitente.
Tuvieron que esperar más de cuarenta minutos que les parecieron siglos.
Finalmente, a las 20:30 hs, una nueva comunicación del CIC les informó que la patrulla aérea de combate (PAC) de Harriers se había alejado hacia el este y podían despegar de inmediato.
Antes que sus palas se detuvieran por completo, los hombres habían corrido a los refugios, algunos construidos especialmente, otros improvisados al abrigo de zanjas o rocas que formaban desniveles.
Esperaron en tensión el ataque de los aviones ingleses. Pero los Harriers no se acercaron. Permanecieron volando en círculos a unos veinte kilómetros al norte de la Base. Al parecer, temían a la artillería antiaérea o no era su intención atacarla, sino acechar la partida del C-130 – posiblemente observado en la pista – y derribarlo después del despegue.
Cuando hubo pasado un tiempo prudencial sin que los ingleses atacaran, algunos hombres, los más “corajudos”, volvieron al C-130 y terminaron de sacar el cañón. Sin embargo, la alarma no había cesado. Los Harriers se mantenían cerca y podían caer sobre la base en cualquier momento.
El grueso de los hombres permaneció en los refugios soportando un frío glacial y los sobresaltos provocados por los repetidos lanzamientos de bengalas.
Se alcanzaban a oír desde el oeste el retumbar de los cañones ingleses. Ocupaban posiciones a unos veinte kilómetros de la Base y el reflejo de los fogonazos de sus disparos iluminaba las nubes desde abajo con una claridad rojiza e intermitente.
Tuvieron que esperar más de cuarenta minutos que les parecieron siglos.
Finalmente, a las 20:30 hs, una nueva comunicación del CIC les informó que la patrulla aérea de combate (PAC) de Harriers se había alejado hacia el este y podían despegar de inmediato.
-“¡Al avión, carrera mar…!”
Volvieron todos al avión a la carrera, los pilotos se ubicaron en sus puestos y en dos minutos pusieron en marcha los cuatro motores.
Con setenta y dos (72) pasajeros a bordo, el C-130 inició el rodaje hacia la cabecera de de la pista.
A las 20:35 hs sus ruedas dejaban suelo malvinense y el Hércules se perdía en dirección al mar para volver al continente.
Con setenta y dos (72) pasajeros a bordo, el C-130 inició el rodaje hacia la cabecera de de la pista.
A las 20:35 hs sus ruedas dejaban suelo malvinense y el Hércules se perdía en dirección al mar para volver al continente.
Cuando sus alas se inclinaban apenas en un amplio viraje para tomar rumbo hacia el sur, los hombres que ocupaban la cabina de comando pudieron ver todavía a la distancia la claridad de una bengala.
Habían oído hablar del cese de hostilidades. En ese momento pensaron entonces que habían sido protagonistas de ese último despegue de un avión argentino desde las Malvinas; arrebatas otra vez por la fuerza.
Miraron con tristeza hacia las Islas, una claridad pasajera que ahora de nuevo se extinguía.
Habían oído hablar del cese de hostilidades. En ese momento pensaron entonces que habían sido protagonistas de ese último despegue de un avión argentino desde las Malvinas; arrebatas otra vez por la fuerza.
Miraron con tristeza hacia las Islas, una claridad pasajera que ahora de nuevo se extinguía.
Era el 13 de junio de 1982...
*El TC-65 fotografiado en las Jornadas de Puertas Abiertas Morón 2002.
Marcelo Damián Castañeda
Hola, buena tardes
ResponderEliminarMe comunico con vos, para felicitarte por el gran trabjo en este blog, me parece interezante y muy informativo.
Cualquier cosa este es mi blog:
aviaciónargentina.over-blog.com
Me alegra saber que te haya gustado el sito, cualquier cosa estamos en contacto y lo que necesites estaremos a tu servicio. saludos
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